Sí
y sólo si, las hojas cubren mi sombra lastimosa,
si los pétalos de un verso que se desprende
de la noche se amparan en el beso
de lo intangible, y las caricias que mi cuerpo ausenta
en la inmensa realidad se trasmutan en el roce
de un suicida instante, si y sólo si, dejaría
de escribir...
Dejaría
de trazar mi pesada sangre
en la curva de livianas rocas, el murmullo
de mis venas en la epidermis del cielo
que te cubre.
Dejaría
de postrar mis manos en la sucia
blancura, en las montañas subterráneas, en la
en la marea árida que mis huesos palpan
por decir ternuras.
Dejaría
el silencio y me iría a lo callado
de los amaneceres, a lo inmenso de la noche que
despierta bajo mis sueños, traspasando la inmensidad
en un paso de mi gesto.
Dejaría
caer mis angustiosos párpados, la mirada
que me escinde de mis pasos, los amontonados recuerdos
vacíos, la sombra que cobijó mi deshabitada
alma, los pilares
de viejos cuerpos que murieron por amar la libertad.
Dejaría
en los escombros la muerte cansada de tanto
naufragar conmigo, las pieles de insomnes hechos
que tracé en la demente razón, los ritmos y
ritos de una hiriente
tonada musical, exangüe; las esquinas donde cuelgo la
obstinada locura.
Dejaría
la rima de mi sangre viajar libremente por los laberintos
de mis desconocidas palabras, por la fisuras que noté
en el aire
formando columnas inmovibles en la humedad de lo invisible,
en lo impalpable, en lo insepulto, en los tactos de mis poros...
Dejaría
el todo y la nada, la lejanía cercana, los abrazos
misteriosos de la madrugadas desamparadas,
las pautas que se nombran cuando en las ciudades el encanto
arrebata los jugueteos de mujeres haladas.
En
los cimientos de la sima, en los escurridizos grumos eternos
que se mezclan entre las líneas de mis palmas...
en lo profundo de mis cuencas humanas... dejaría de
escribir,
Sí y sólo si, tu cuerpo se esfumara en el alcohol
que engullo cada mañana.
Pero
mis desvelos me cuentan otra cosa,
alguna imagen que mis contorneados secretos más frágiles
no pueden suprimir.
La forma de una deshojada rosa, atrevida al encanto,
a los tiempos que pasaron en su cuerpo, a los musgosos
encuentros con mis insomnios obstinados, la recurrente
marea de frotar mis sienes en un rayo que eriza mi deshumana
apetencia.
Suarez,
Jesús Cruz
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