La
máscara de la guerra
Abril
de 2003

Foto de Ariel Jiménez
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Ni a favor ni en contra.
Más bien lo contrario es el título de la última película de Cédrik
Klapissch. Ni a favor ni en contra de la guerra. «Más bien lo contrario»
significa que no hay diferencia entre la guerra y la no guerra,
y que antes de pronunciarse hay que estar lúcido sobre el status
del acontecimiento. Esta guerra es un no acontecimiento, y es absurdo
pronunciarse sobre un no acontecimiento. Antes, hay que saber qué
es lo que ella oculta, lo que reemplaza, lo que exorciza. Y no es
necesario buscar mucho: el acontecimiento al que se opone el no
acontecimiento de la guerra, es el 11 de Setiembre.
El análisis debe surgir
de esta voluntad de anular, de borrar, de blanquear el acontecimiento
original, lo que convierte a esta guerra fantasmagórica, inimaginable
de alguna manera ya que no tiene finalidad propia, ni necesidad
ni un enemigo verdadero (Saddam no es más que un fantoche): no tiene
más que la forma de una conjuración, la de un acontecimiento que
es justamente imposible de borrar. Lo que hace que sea interminable,
aun antes de comenzar. Abre una guerra infinita que jamás sucederá.
Y es ese suspenso que nos espera en el futuro, esta actualidad difusa
del chantaje y del terror bajo la forma de un principio universal
de prevención.
Se pueden ver estos
mecanismos en la película reciente de Steven Spielberg, Minority Report.
Sobre la base de prevenir crímenes futuros, comandos policiales
interceptan al criminal antes de que el acto haya pasado. Es exactamente
el escenario de la guerra de Irak: eliminar el futuro acto criminal
en el huevo (el uso de Saddam de armas de destrucción masiva). La
pregunta que es irresistible es; ¿el crimen presumido hubiera tenido
lugar? No se sabrá jamás ya que todo habrá sido prevenido. Pero
lo que se perfila a través de él es una desprogramación automática
de todo lo que hubiera podido pasar, una suerte de profilaxis a
escala mundial, no solamente de todo crimen, sino de todo hecho
que pudiera perturbar un orden mundial dado como hegemónico. Ablación
del «Mal» bajo todas sus formas, ablación del enemigo que no existe
como tal, ablación de la muerte. «Cero muerte» se convierte en el
Leitmotiv de la seguridad universal.
Esta disuasión sin Guerra
Fría, este terror sin equilibrio, esta prevención implacable bajo
el signo de la seguridad se va a convertir en una estrategia planetaria.
El «Mal» es el que llega sin prevenir, por lo tanto sin prevención
posible. Es exactamente el caso del 11 de Setiembre y es ahí que
se hace un acontecimiento y que se opone radicalmente al noacontecimiento
de la guerra. El 11 de Setiembre es un acontecimiento imposible.
Sucede antes de ser posible (ni las películas catástrofe lo habían
anticipado, ellas al contrario agotaron la imaginación). Es del
orden de lo imprevisible radical (donde se reencuentra la paradoja
según la cual las cosas son posibles sólo después de haber sucedido).
La diferencia es total
con la guerra que, estará tan prevista, programada, anticipada,
que ni siquiera hay necesidad de que suceda. Y aún si sucede «realmente»,
ya habrá sucedido virtualmente, y por lo tanto no será un acontecimiento.
Lo real está acá en el horizonte de lo virtual. Este dominio de
lo virtual está más reforzado por el hecho que la guerra anunciada
es el doble, el clon de la del Golfo (y Bush el clon de su padre).
Son por lo tanto, dos acontecimientos clones que encuadran de una
parte y de la otra el hecho crucial. Se comprende mejor a partir
de ahí en qué la guerra es un acontecimiento de substitución, un
ghost event, un acontecimiento fantoche a la imagen de Saddam.
No es prevenir el crimen,
instaurar el Bien, corregir el curso irracional del mundo. Aun el
petróleo y las consideraciones geoestratégicas directas no son la
última razón. La última razón es la de instaurar un orden de seguridad,
una neutralización general de las poblaciones sobre la base de un
no-acontecimiento definitivo. El fin de la historia de alguna manera,
pero para nada bajo el signo del liberalismo triunfante ni de la
realización democrática como en Fukuyama, sino sobre la base de
un terror preventivo que pone fin a todo acontecimiento.
El terror destilado
por todos lados, el sistema terminando por aterrorizarse a sí mismo
bajo el signo de la seguridad: ésa es la victoria del terrorismo.
Si la guerra virtual ya está ganada bajo el terreno por el poderío
mundial, es el terrorismo el que la ganó sobre el plan simbólico
por el advenimiento de este desorden generalizado. Es por otra parte
el atentado del 11 de Setiembre que remató el proceso de globalización,
no el del mercado, de los flujos y de los capitales, sino este,
simbólico, mucho más fundamental de la dominación mundial, al provocar
una coalición de todos los poderes, democráticos, liberales, fascistas
o totalitarios, espontáneamente cómplices y solidarios en la defensa
del orden mundial.
Este terror preventivo,
este desprecio total de sus propios principios llegó a un extremo
dramático en el episodio del teatro de Moscú, donde todo sucedió
como en el episodio de la vaca loca: se sacrifica toda la manada
por precaución, Dios reconocerá a los suyos. Rehenes y terroristas
confundidos en la masacre, por lo tanto virtualmente cómplices.
El principio terrorista extrapolado a toda la población. Es la hipótesis
implícita del poder: las poblaciones mismas son una amenaza terrorista
para él. El terrorismo en su acción busca esta solidaridad de las
poblaciones sin encontrarla. Pero aquí es el poder mismo que realiza
brutalmente esta complicidad involuntaria.
Pero la realidad integral
del poder también es su fin. Un poder integral que no se funda más
que sobre la prevención, la disuasión, la seguridad y el control,
es simbólicamente vulnerable: no puede entrar en el juego y finalmente
se vuelve contra sí mismo. Con esta debilidad, esta flaqueza interna
del poderío mundial revela el terrorismo a su manera, como una angustia
inconsciente se traiciona por una acción fallida. Ahí está justamente
«el infierno del poder». El 11 de Setiembre aparece, desde el punto
de vista del poder, como un gigantesco desafío en el que la potencia
mundial perdió el prestigio. Y esta guerra, lejos de responder al
desafío, no borrará la humillación del 11 de Setiembre. Hay algo
de terrorífico en el hecho que este orden mundial virtual pueda
hacer su entrada en lo «real» con tanta facilidad.
El acontecimiento terrorista
era extraño, de una insoportable extrañeza. La no-guerra, inaugura
la inquietante familiaridad del terror.
Jean
Baudrillard es filósofo. Su última obra publicada es Power Inferno
(Galilée, 2002). Publicado en Libération. Especial para Página/12.
María
Elena Ramos en La BitBlioteca
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