Supongamos...
Supongamos
que el cielo se quiebra
y en lo diurno del cenizo fuego te observo mirarme
leyendo el ansia amada de tu cáliz desnudo,
tu sobria lentitud acariciánte y vuelta otro cuerpo
que estrecho en lo áspero de mi sangre,
en lo escuálido de mi respiro impregnado sobre pálido
desierto de viento.
Que tu sombra sea un penetrable grito de musgo
que me acompaña negándome la sien del amparo,
hendiéndome los labios de tu nombre
en el acorde grácil de mi descarga psíquica.
Supongamos
que vemos nacer orquídeas
y que el frío incendia la yema de tus besos
mientras te ahogo en un grito dulce
muerto en mí cuando muero presa del perfume
pálido de tu cuello,
mientras nos vemos en nuestras caras nocturnas
al decirnos qué cosa fue lo que contó nuestras estrellas
o sólo fue un beso hirviente y a plena luz de invierno.
Mejor
no supongamos nada y que mi desquicio sea presa
de tu ensueño,
que la sensatez de mí sea un aroma turbio y lo bebamos
mientras vemos descender del cielo amapolas grises bailando
versos del pulso de tus manos,
y que mi entraña palpe silencios, rubor volátil en
deseos
que encaminas azules
a la rabia de amor, al tierno sonido de la noche
que desmadeja caricias del eco,
y abra mis rimas en desgarro de ojos
cuando mis labios sufran la hemorragia de estar contigo,
hemorragia de mis tactos, de mis besos, de tu tiempo,
de tragarte, de mi vida, de mi yo contigo
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