«Una sucesión de instantes no hace el tiempo sino
que lo deshace. Marca tan solo el punto de su nacimiento, siempre
abortado. El tiempo no se constituye más que en la síntesis originaria
que apunta a la repetición de los instantes. Esta síntesis contrae
los instantes sucesivos independientes los unos de los otros».
—Gilles Deleuze—
Para
producir un ser humano modular con órganos y tejidos diferenciados
y especializados, el huevo fertilizado —o
una célula de potencia similar—, lleva a cabo una gran cantidad
de movimientos, transformaciones y actualizaciones, que en conjunto
dan lugar a los más de 250 tipos celulares reconocidos y a los
billones de células que componen el organismo. Los conceptos de
proliferación, migración, estructuración, transpotenciación,
diferenciación, especialización y apoptosis, describen brevemente
y de manera lineal, los acontecimientos celulares que suceden
durante el desarrollo orgánico de un ser multicelular. Esta división
de la actividad celular, resulta académicamente conveniente, pues
permite agrupar en series los eventos moleculares, según las cantidades
fundamentales espacio y tiempo. Si se trazan meridianos y paralelos
sobre la superficie celular, las moléculas quedan agrupadas en
zonas que pueden ser ubicadas según coordenadas celudésicas angulares y rectangulares.
Gracias a estos delineamientos cartográficos, los cambios de composición
observados entre zonas y entre series de tiempo, nos hablan de
adquisición o carencia, exceso o defecto, presencia o ausencia,
aumento o disminución de cierta magnitud, desde una perspectiva
escalar. De estas zonas emergen ahora polos, ejes y zonas mayores
de actividad singular. Pero si además calculamos los desplazamientos,
velocidades y aceleraciones de los acontecimientos observados
entre zonas y entre series de tiempo, descubrimos las trayectorias,
direcciones y sentidos que siguen los cambios escalares desde
una perspectiva vectorial. Sin embargo, aún no hay movimiento.
«¿Cómo?
¿No estaba ya perfecto el mundo hace un instante, redondo y maduro?
¡Oh, redondo aro de oro!»
Para
representar el movimiento, el científico deviene caricaturista:
ordena las series en cuadros según las cantidades fundamentales
espacio y tiempo; luego los observa–modela
a una velocidad relativa logrando cierta visibilidad de lo invisible,
aparentemente transgrediendo lo aparente y desenmascarando lo
inaparente. Así, ante nuestros ojos emerge un robusto pilar
de modelos, una base sólida sobre la que es factible empezar
a desentrañar los movimientos ocurridos en los cuerpos. Sin embargo,
el movimiento interpretado corre el riesgo de proyectar en el
espíritu que contempla, ya un movimiento trastornado, desnaturalizado,
incapaz de llegar al acto, bien un movimiento prestado, derivado,
análogo, conceptualizado. ¡Corporeidad trascendente!. «… también
aquí, se corre el riesgo de considerar como diferencia de grado
lo que difiere por naturaleza».
Por
eso, algo importante de las distribuciones y relaciones obtenidas
a partir de la relatividad posicional, de la variabilidad conformacional
y de la dinámica estocástica-caótica, es que permiten contar historias
completamente disimétricas y disincrónicas de una multiplicidad
de acontecimientos, de una heterogeneidad de series, de una pluralidad
de valores propios de implicación, que se desarrollan simultáneamente
en centros de envolvimiento en vías de explicación. Como dice Polanyi:
«... los hechos son incontrovertibles... sin significado. No
contienen narrativa. La ciencia, por el contrario, cuenta una historia...”.
En
cuanto a las series, son una ilusión funcional, un medio de subordinar
las observaciones a las exigencias de la representación bajo una
misma dualidad: sujeto y objeto, significante y significado, descubrimiento
y justificación. Por eso su homogeneidad aparente subsume una heterogeneidad
desfasada. En efecto, desde las más fundamentales espacio
y tiempo, las series se referencian una a la otra, siendo sus
posiciones y velocidades relativas, distintas pero relacionadas,
sin punto fijo pero convergentes, concéntricas pero divergentes,
repetitivas pero diferentes. Por consiguiente, la importancia de
las series radica en el descentramiento, en la transformación, en
el deslizamiento de una sobre otra, no solamente en el fenómeno
en que se encuadra la estructura referente. En palabras de Deleuze: «Se concluye... que no hay estructuras sin
series, sin relaciones entre términos de cada serie, sin puntos
singulares correspondientes a estas relaciones; pero sobre todo,
que no hay estructura sin casilla vacía, que hace que todo funcione».
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