Bibliografía
Cartografía
sentimental
http://www.campogrupal.com/corpodrama.html
Para los geógrafos,
la cartografía, a diferencia del mapa, que es una representación
de un todo estático, es un diseño que acompaña
y se hace al mismo tiempo que los movimientos de transformación
del paisaje.
Los paisajes psicosociales
son también cartografiables. La cartografía, en
este caso, acompaña y se hace mientras se desintegran ciertos
mundos, pierden su sentido, y se forman otros: mundos, que se
crean para expresar afectos contemporáneos, en relación
a los cuales los universos vigentes se tornan obsoletos.
Siendo tarea del
cartógrafo dar voz a los afectos que piden pasajes, de
él se espera básicamente que esté involucrado
en las intensidades de su tiempo y que atento a los lenguajes
que encuentra, devore aquellos elementos que le parezcan posibles
para la composición de las cartografías que se hacen
necesarias.
...Sustentar la
vida en su movimiento de expansión...
¿No será
eso que define su sensibilidad, independientemente del grupo al
que pertenece, de sus referencias teóricas, de sus preferencias
metodológicas y hasta de sus nombres?.
Cartógrafo,
cuando queremos resaltar que él no revela sentidos el mapa
de la mina sino los crea, ya que no está disociado de su
cuerpo vibrátil: por el contrario, es a través de
ese cuerpo, asociado a sus ojos, que procura captar el estado
de las cosas, su clima, y para ellos crear sentido.
Llamamos Transdisciplina
a esta modalidad que lleva a la persona a ceder seguridades por
incertidumbres, a arriesgar razones por azares, a exponer el cuerpo
en la verosimilitud precaria de la sensación, sin dejar
de atragantarse con el mundo (ya que no hay nada suficientemente
ajeno), a fundar una existencia en la ética y estética
de lo imprevisible, como estilo de vida, como modo de ser y que,
referido a lo profesional, se manifiesta con caracteres similares.
El profesional
transdisciplinado vive con malestar ciertos modos de hacer ciencia,
que, en nombre del rigor metodológico, lo apartan de las
manifestaciones de lo humano con las que él vibra. Se inquieta
cuando se le exige identidad profesional o muerte (para no ser
descalificado, no reconocido o echado de lo instituido como central),
más fiel a los principios de la propia disciplina que a
las manifestaciones de aquello que está cambiando y que
todavía no es y que curiosamente siempre circula cerca
de los bordes. Inventa nombres y conceptos para sus experimentos,
con el deseo de herir, hacer sangrar, drenar, no dejar que cierre
la palabra, para que todavía se note en ella el latido
de lo vivo. Es un profesional que sabe más "lo que
no" que "lo que sí", que ya no puede soportar
la simplificación sin sonrojarse y que está condenado
dantescamente a una complejidad devoradora de lo que lo toca en
su humano y por lo tanto inestable.
Entendemos así
que la Transdisciplinación, se refiere a un modo de producción
de subjetividad distinto que aquél de la Interdisciplinación,
a un proceso a través del que se crea un territorio de
experimentación en las personas (caosmosis existencial),
de autoobservación y de observación de hábitos
de pensar, hacer, sentir o decir (figuras de subjetivación),
con una invitación a la lógica de los sentidos y
de los cuerpos, a un tartamudeo de las estrategias, de las logísticas
y de las técnicas, a una deconstrucción de los tiempos
y los códigos. En este territorio existencial se vive en
el choque permanente entre disciplinas o, de un modo amplio, entre
culturas diferentes, que ponen en cuestión, hacen asintónica
o despiertan la extrañeza, respecto de un pensamiento organizador,
hegemónico, etnocéntrico y por lo tanto familiar
y tranquilizante a través del cual cada profesional, las
técnicas, las culturas son reconocidas, identificadas,
entendidas, exteriorizadas.
Lo Transdisciplinario
en la vida profesional (o personal) del sujeto se hace a medida
que tiene lugar un proceso de heterogénesis en el marco
conceptual y de acción que se considera como "propio"
y se da a partir de conceptos científicos, de puntos de
vista, de expresiones culturales que se infiltran en la vida de
las personas, de contrabando, al descuido, al principio sin sospechas,
dado que se trata de algo ajeno, pero gustoso, que no altera la
consistencia del campo "de uno", sino que refresca al
viajero del tedio del viaje. Intereses musicales, gustos literarios,
influencias cinematográficas, curiosidad por cuestiones
que afectan a otros campos de la ciencia o de la cultura llegan
como una manifestación natural de quien vibra con su tiempo,
para luego impregnarlo todo.
El ideal de aceptación
de lo ajeno, noble pensamiento de la cultura progresista, que
supone el reconocimiento de lo propio (amemos a los negros, a
los judíos, a los homosexuales, a los zurdos aunque sean
diferentes a nosotros), en el proceso de lo transdisciplinario
tendería a complejizarse ya que desde una mirada micropolítica
sería necesario, no sólo observar este mecanismo
dentro de cada uno (amemos nuestras contradicciones, nuestras
debilidades, a nuestro extraño, a nuestro negro interior,
típico de las tendencias armonizadoras de un neo new age),
no sólo vivir el resquebrajamiento de una cultura que sacralizó
los opuestos como dicotomías (amemos la diferencia), sino
la producción de la desestabilización o del desequilibrio
como fuentes de incomodidad, de tensión necesarias para
un cambio (aprender a transitar el malestar antes que lograr el
bienestar, para poder caminar es necesario aprender a desequilibrarse,
cambiar el peso de una pierna a otra, etc.)
La Transdisciplinación,
en la esfera de lo profesional, se va dando a través de
un trabajo conjunto (no se trata de construir un enfoque interdisciplinario
que compagine y armonice los puntos de vista), cuyo crecimiento
es discontinuo, a saltos (entre desesperanzas y entusiasmos),
y en una manifestación múltiple de saberes en los
que no se pueden discriminar autorías (todos son autores,
ninguno es autor)
Más allá
del principio de identidad:
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la vacuna antropofágica
|
Suely Rolnik
El mundo hoy: océano infinito, agitado por arremolinadas
olas. Flujos variables sin totalización posible en territorios
demarcables, sin fronteras estables, en reconfiguración
constante. Según algunos, un segundo diluvio, pero esta
vez las aguas nunca más bajarán, nunca más
habrá tierra a la vista; las arcas son muchas y fluctúan
para siempre, repletas de noés, también muchos y
de toda especie. Nunca más los pies posarán en el
paisaje estable de una tierra firme: habituarse a "navegar
es preciso" , sin un norte fijo como punto de vista general
sobre esta superficie tumultuosa y moviente. No hay más
una sola forma de realidad con su respectivo mapa de posibles.
Los posibles ahora se reinventan y se redistribuyen todo el tiempo
al sabor de olas de flujos que desmontan formas de realidad y
generan otras que, igualmente, acaban dispersándose en
el océano, llevadas por el movimiento de nuevas olas.
Las subjetividades hoy: arrancadas del suelo, tienen el don de
la ubicuidad.. Fluctúan al sabor de las conexiones mutables
del deseo con flujos de todos los lugares y todos los tiempos
que transitan simultáneos por las ondas electrónicas.
Filtro singular y fluido de este inmenso océano también
fluido. Sin nombre o domicilio fijo, sin identidad: modulaciones
metamorfoseantes en un proceso sin fin que se administra día
a día, incansablemente.
El extrañamiento se adueña de la escena, imposible
domesticarlo: desestabilizados, desacomodados, desamparados, desorientados,
perdidos en el tiempo y en el espacio es como si todos fuésemos
homeless, sin casa. No sin la casa concreta (grado cero de sobrevivencia
en el que se encuentra un contingente cada vez mayor de humanos)
sino sin el "en casa" de un sentimiento de sí,
o sea, sin una consistencia subjetiva palpable, sin la familiaridad
de ciertas relaciones con el mundo, de ciertos modos de ser, de
ciertos sentidos compartidos, de una cierta creencia. De esta
casa invisible, pero no menos real, carece toda la humanidad globalizada.
Voces en todas las lenguas, de todos los rincones de la tierra,
de todos los especialistas y, también, de los no especialistas
se entreveran en una conversación infinita, entre afligida
y excitada, alrededor de una misma pregunta: ¿nos hemos
vuelto todos homeless, de hecho? ¿Se disolvió la
casa subjetiva, se desmoronó, desapareció? ¿Dónde
está la identidad? ¿Cómo recomponer una identidad
en este mundo en el que los territorios nacionales, culturales,
étnicos, religiosos, sociales, sexuales perdieron su aura
de verdad, se desnaturalizaron irreversiblemente, se mezclan de
todas las formas posibles, fluctúan o dejan de existir?
¿Cómo reconstituir un territorio en este mundo movedizo?
¿Cómo arreglárselas con esta desorientación?
¿Cómo reorganizar algún sentido? ¿Cómo
hacer surgir zonas francas de serenidad? Y este coro transnacional
oscila en variaciones sobre el tema compuestas por posiciones
afectivas que van del deslumbramiento a lo apocalíptico.
Esperanza o desesperanza, da lo mismo: polos de una posición
moralista que naturaliza un sistema de valor y con él interpreta,
juzga y pronostica lo que acontece. Final feliz o fin de todo.
Otro tipo de voz, sin embargo, desafina nítidamente en
ese tono teleológico. Su timbre no expresa juicio ni drama
sino la vibración de los movimientos del mundo en el que
se la entona transmitiendo la sensación de que este mundo
de ahora no es ni mejor ni peor que otros. Como cualquier otro
es singular, con sus problemas propios, con sus maneras de afirmar
la vida y también de deteriorarla, con territorios en vías
de desaparición y otros esbozándose, territorios
estos que piden cartografías de sentido que los hagan inteligibles
fortaleciendo su toma de consistencia. En esta banda de sintonía,
se oye una voz que viene de Brasil, una voz muy antigua en la
tradición de este país que, en algún momento,
recibió el nombre de "antropofágica".
La inspiración de la noción de antropofagia viene
de la práctica de los indios tupís: consistía
en devorar a los enemigos, pero no a cualquiera, únicamente
a los bravos guerreros. Se ritualizaba de este modo una cierta
relación con la alteridad: seleccionar a sus otros en función
de la potencia vital que su proximidad intensificaría;
dejarse afectar por esos otros deseados al punto de absorberlos
en el cuerpo para que algunas partículas de su virtud se
integrasen a la química del alma y promoviesen su refinamiento.
En la década de 1930 la antropofagia gana en Brasil un
sentido que extrapola la literalidad del acto de devoración
practicado por los indios. El así llamado Movimiento Antropofágico
extrae y reafirma la fórmula ética de la relación
con el otro que preside este ritual, para hacerla migrar al terreno
de la cultura.2 En este movimiento gana visibilidad la presencia
actuante de esta fórmula en un modo de producción
cultural practicado en Brasil desde su fundación.
La cultura brasileña nace bajo el signo de una multiplicidad
variable de referencias y de su mixtura. Sin embargo, también
desde el nacimiento, muchas son las estrategias del deseo frente
a tal mixtura, distintos son los grados de exposición a
la alteridad que esta situación intensifica.
Los intereses de la elite fundadora, a diferencia de la de otros
países de América como es, fundamentalmente,
el caso de los Estados Unidos están marcados por
su persistente condición de europea; por eso, tal elite
no invierte en la construcción de un "en casa"
en tierras brasileñas. El cuerpo está como separado
de la experiencia, anestesiado a efectos de la convivencia de
heterogéneos y, por lo tanto, sordo a la exigencia de creación
de sentido para los problemas singulares que se esbozan en esta
exposición. La tendencia que se mantiene hegemónica
desde entonces es la de consumir cultura europea, una cartografía
de sentido que, además de haberse producido en una experiencia
de no mixtura, está desencarnada de la experiencia sensible
por haberse forjado bajo la égida del racionalismo. Y aún
más: al ser transplantada a Brasil, tal cartografía
cultural es consumida acríticamente sin que se consideren
las necesidades de sentido del nuevo contexto. En su consumo brasileño,
por lo tanto, resulta doblemente desencarnada. Puros juegos arrogantes
de erudición e inteligencia que resultan repeticiones estériles
y un "en casa" sin elegancia porque está vacío
de sentido y desvitalizada. Es aquel "lado doctor, el lado
citas, el lado autores conocidos"3 con el "tedio especulativo"4
del que nos habla Oswald de Andrade: una especie de superego doctoral
que actúa contra el pensamiento.
Por su parte, la cultura popular se produce tradicionalmente a
partir de la exposición a ese otro variado con el cual
se confronta cotidianamente, exposición forzada por la
necesidad de constituir en el nuevo país un territorio
de existencia, un "en casa" hecho de la consistencia
de lo que realmente se vive; una cuestión, en fin, de sobrevivencia
psíquica. El resultado es una estética rozagante,
irreverente e inventiva. Esta producción se hace totalmente
al margen de la cultura oficial local que la descalifica o, en
la mejor de las hipótesis, la folcloriza y, así,
evita todo peligro de contaminación disruptiva.
Una tercera tradición, sin embargo, se insinúa entre
estos dos campos. En ella se borra la frontera discriminatoria
que los separa promoviendo una contaminación general no
sólo entre lo erudito y lo popular, lo nacional y lo internacional
sino también entre lo arcaico y lo moderno, lo rural y
lo urbano, lo artesanal y lo tecnológico. Toma cuerpo un
"en casa" que encarna toda la heterogeneidad dinámica
de la consistencia sensible de la que está hecha la subjetividad
de cualquier brasileño, subjetividad que se crea y recrea
como efecto de un mestizaje infinito; tal principio de composición
subjetiva nada tiene que ver con una identidad. El Movimiento
Antropofágico explicita esta posición y le da visibilidad
retrospectiva pero, sobre todo, le da dignidad para afirmarla
en el presente. Los creadores que toman esta posición se
dan el derecho de construir los propios problemas. Para ello,
incorporan lo banal a su manera y afirman la exuberancia de esa
estética irreverente que impregna la cotidianeidad brasileña
en el interior del sistema oficial de la cultura. No sólo
inyectan dosis de esta estética en la escena artística
sino que también intensifican su irreverencia al mezclarla
con los más actuales y sofisticados repertorios eruditos
de los así llamados "centros hegemónicos",
centros que tienden a reinar solos en la cultura oficial brasileña,
desvinculados de todo el trabajo del pensamiento.
El banquete antropofágico está hecho de universos
variados incorporados de forma integral o sólo en sus más
sabrosos pedazos, mixturados a gusto en una misma caldera sin
ningún pudor por el respeto por jerarquías a priori,
sin ninguna adhesión mistificadora. Pero no cualquier cosa
entra en el menú de esta cena extravagante: es la fórmula
ética de la antropofagia la que se usa para seleccionar
sus ingredientes dejando pasar sólo las ideas alienígenas
que, absorvidas por la química del alma, puedan revigorizarla
y traerle lenguaje para componer la cartografía singular
de sus inquietudes. La estrategia antropofágica da lugar
a por lo menos tres operaciones que vale la pena destacar.
La primera consiste en la bastardización de la cultura
de las elites e, indirectamente, de la cultura europea como modelo.
Ni reposición sumisa y estéril, ni una oposición
que mantenga esa cultura europea como referencia: hay un desplazamiento
radical de la idea de "centro". Se ignora el supuesto
poder de generalización de éste o de cualquier otro
modelo, dado que todo universo cultural se invierte como coágulo
provisorio de lenguaje, seleccionado en un proceso experimental
y singular de creación de sentido de la misma forma, por
otra parte, que el propio universo indígena o africano.
De esta manera, el indio o el negro no se invierten como humanidad
buena portadora de una verdad a ser engullida, no son contrapeso
del europeo que sería humanidad mala, distante de la verdad
a ser vomitada. Como escribe Darcy Ribeiro, los brasileños
son "tan deseuropeos como desindios y desafros"5 dado
que el criterio de selección para el ritual antropofágico
en la cultura no es el contenido de un sistema de valor tomado
en sí sino en función de cuánto éste
funciona, de con qué funciona, de en qué medida
permite pasar intensidades y producir sentido. Y esto nunca vale
para un sistema como un todo sino para algunos de sus elementos,
que se articulan con elementos de otros sistemas y pierden, así,
toda connotación identitaria.
Aquí se entrevé una segunda operación que
la estrategia antropofágica viabiliza: el ejercicio de
creación de cultura no tiene que ver con significar, explicar
o interpretar para revelar verdades. La verdad, según el
Manifiesto Antropófago, "es mentira muchas veces repetida".
Hacer cultura antropofágicamente tiene que ver con cartografiar:
trazar un mapa que participa de la construcción del territorio
que representa, de la toma de consistencia de una nueva figura
de sí, de un nuevo "en casa", de un nuevo mundo.
"Itinerarios. Itinerarios. Itinerarios. Itinerarios. Itinerarios.
Itinerarios. Itinerarios.", insiste siete veces seguidas
el mismo Manifiesto. Es de la paradójica vecindad entre
heterogéneos, hecha de acuerdos no resueltos y no remitidos
a una totalidad, que emana el sentido: itinerario, cartografía
de los movimientos sociales reales, efecto crítico. Cualquier
experimentación pragmática, sea ésta más
o menos exitosa, vale más que la estéril imitación
de modelos.
Una tercera operación resulta de las dos anteriores: la
disolución, ya en los años 20, de la división
del mundo entre "colonizados" y "colonizadores".
Si en aquel momento esta disolución mal comenzaba a esbozarse,
hoy, en la era del neoliberalismo globalizado, tales figuras,
definitivamente, no caben más. El eje de relaciones de
fuerza cambió de terreno y cambió sus figuras. Los
pares que definían el conflicto político en la modernidad
se confunden. Ya no se trata de una soberanía de tipo colonial:
la potencia hegemónica no enfrenta más a su Otro,
no hay más exterioridad pues ella extiende progresivamente
sus fronteras hasta abarcar el conjunto del planeta.
Esta estrategia del deseo definida por la yuxtaposición
irreverente que crea una tensión entre mundos que no se
rozan en el mapa oficial de la existencia, que desmitifica todo
y cualquier valor a priori, que descentraliza y torna todo igualmente
bastardo; esta estrategia del deseo pone en funcionamiento un
modo de subjetivación que llamaré "antropofágico".
En una primera aproximación restricta a lo visible, la
subjetividad antropofágica se define por jamás adherir
absolutamente a algún sistema de referencia, por una plasticidad
para mixturar a gusto toda especie de repertorios y por una libertad
de improvisación de lenguaje a partir de tales mixturas.
Sin embargo, para una mirada más perspicaz que capta lo
invisible, la antropofagia se "actualiza" según
diferentes estrategias del deseo, movidas por diferentes vectores
de fuerza que van de una mayor o menor afirmación de la
vida a su casi total negación. Estos se distinguen, primordialmente,
por el modo en que la subjetividad conoce y rastrea el mundo,
por aquello que mueve su búsqueda de sentido y por el criterio
del que se sirve para seleccionar lo que será absorbido
para producir este sentido. Actualizado en su vector más
activo, el modo antropofágico de subjetivación en
su fase invisible funciona de acuerdo con algunas características
esenciales.
Antes que nada, este modo depende de un grado significativo de
exposición a la alteridad: ver y querer la singularidad
del otro sin vergüenza de ver y de querer, sin vergüenza
de expresar este querer, sin miedo de contaminarse dado que es
en tal contaminación que la potencia vital se expande,
las baterías del deseo se cargan, los devenires de la subjetividad
se encarnan: la fórmula tupí. Este tipo de relación
con la alteridad produce una alegría en el cuerpo, señal
de la pulsación de una vitalidad : "la prueba de los
nueve", según afirma dos veces el Manifiesto Antropófago.6
Esta capacidad depende de una segunda característica del
modo antropofágico de subjetivación actualizado
en su vector más activo: un cierto estado del cuerpo en
el que sus cuerdas nerviosas vibran la música de los universos
conectados por el deseo; una cierta sintonía con las modulaciones
afectivas provocadas por esta vibración; una tolerancia
a la presión que tales afectos inusitados ejercen sobre
la subjetividad para que ésta los encarne recreándose,
volviéndose otra. Esto es, probablemente, lo que Lygia
Clark denominaba "estado de arte sin arte" y Hélio
Oiticica "estado de invención". 7
Este tipo de relación con la alteridad se distingue de
otros bastante comunes en las subjetividades contemporáneas,
que corresponden a diferentes formas de narcisismo. Para concentrarnos
en un ejemplo, recordemos el caso de la sexualidad políticamente
correcta inventada por el calvinismo norteamericano contemporáneo:
liberación de una diversidad de formas de relación
erótica en la que cada una de éstas, sin embargo,
es tomada como identidad, catalogada como nuevo derecho civil
con sello del Estado que la embalsama, que frena los devenires
que provocaría e impide la invención de nuevos mundos;
en suma, deserotiza. Aunque el respeto civil por el otro sea lo
mínimo que se espera en una sociedad democrática,
quedarse sólo en eso por pudor de querer la alteridad,
de expresar este querer y de dejarse afectar redunda en una reiterada
reafirmación de sí mismo: un "narcisismo ciudadano".
En esta estrategia de relación con el otro, el cuerpo tiene
más posibilidades de ser desaprobado en la prueba de los
nueve de la alegría.
Una tercera característica del modo antropofágico
ejercido en su vector más activo es que aquello que da
consistencia al conjunto para que se forme un "en casa",
o sea, aquello que funciona como operador de la consistencia subjetiva
es el errar del deseo que va haciendo sus conexiones guiado, predominantemente,
por el punto de vista de la vibratibilidad del cuerpo y su voluntad
de potencia. Un criterio ético de selección de las
elecciones; nuevamente, la formula tupí.
Una cuarta característica es el tipo de subjetividad que
así se constituye: una singularidad impersonal; un todo
abierto, disperso en las múltiples conexiones del deseo
en el campo social y que emerge entre los mundos agenciados. Entre
tanto, la subjetividad regida por un principio identitario-figurativo
consiste en la personalidad de un yo, individualidad amurallada,
sujeta a sus vivencias psíquicas y comandada por el miedo
de perderse de sí.
Una quinta característica aún es el modo en que
emerge este tipo de subjetividad: su génesis se produce
por alianzas y contagios, un rizoma infinito que cambia de naturaleza
y rumbo a merced de los mestizajes que se operan en la gran usina
de nuestra antropofagia cultural. Génesis distinta de la
de una subjetividad identitario-figurativa que se produce por
filiación, promoviendo la fantasía de una evolución
lineal y el compromiso encarcelante con un sistema de valores
asumido como esencia a ser perpetuada y reverenciada.
Sin embargo, la misma no adhesión absoluta a todo sistema
de referencia, sea cual sea, la misma plasticidad para mezclarlos
a gusto, la misma libertad de improvisación de lenguaje
a partir de las mixturas no adhesión, plasticidad
y libertad de improvisación que definen el modo antropofágico
de subjetivación en su fase visible pueden constituir
un tipo de subjetividad en el que, en lo invisible, no esté
presente ninguna de las características anteriormente evocadas.
Cuando esto sucede estamos frente a una antropofagia actualizada
en su vector más reactivo. Ésta se diferencia fundamentalmente
por la ausencia del criterio ético que comanda las conexiones
del deseo y la creación de sentido, criterio sustituido
en este caso por uno narcisista. Es la fórmula lo que se
desvirtúa y resta la carcasa de ciertos procedimientos
sin el relleno del cuerpo como brújula, cuerpo que conoce
por vibración y contaminación y no sólo por
representación, cuerpo cuyas elecciones están comandadas
por la vida en su voluntad de afirmación. ¿No será
éste el vector que uno de los Manifiestos denomina "baja
antropofagia" y define como "peste de los pueblos llamados
cultos y cristianizados", declarando que es exactamente contra
ella "que estamos actuando nosotros, antropófagos"?8
Son abundantes los ejemplos de este tipo de actualización
del modo antropofágico, de este vale todo en función
de los intereses del ego y no de las urgencias de creación
de sentido que el cuerpo reclama en su vivencia colectiva, cuerpo
en devenir marcado por la alteridad. Un ejemplo relativamente
reciente fue la construcción de dos edificios en Río
de Janeiro por el diputado carioca Sérgio Naya, que se
sirvió de su inmunidad política para usar en esta
obra arena del mar con el objeto de abaratar costos. Como era
de esperarse, poco tiempo después, durante el carnaval
de 1998, uno de los edificios se desmoró estando dentro
sus ocupantes, lo que provocó la muerte de ocho de ellos.9
En verdad, muchos son los matices de combinación entre
las dos posiciones que se componen en diferentes proporciones:
el polo más activo de la antropofagia, en su actualización
ética y el polo más reactivo, en su actualización
narcisista. No se trata de un dualismo ontológico ni axiológico
y, mucho menos, psicológico. Lo que hay es una diversidad
de modos de afirmación de la antropofagia: del más
ético al menos ético, del vale todo en función
de los intereses de la vida al vale todo en función de
los intereses del ego. Estos modos nunca son definitivos, puesto
que su vigencia depende de la fuerza dominante en cada contexto
de la existencia individual y colectiva.
La voz
de Brasil que se oye en el debate contemporáneo que se
agita en torno a la crisis de la identidad es el de la subjetividad
antropofágica en su vector más activo; como si los
brasileños fuesen desde siempre ese "pueblo de sangre
mixta y bastarda que está contituyéndose ahora por
toda la Tierra"10 y, por eso, trajesen a esta conversación
globalizada un know how para navegar por este océano infinito,
agitado por olas arremolinadas de una profusión variable
de flujos del que el "mundo hoy" está hecho.
Lo que básicamente la voz antropofágica trae de
singular a este impasse es que señala no sólo teórica
sino, sobre todo, pragmáticamente que la cuestión
que se plantea no es la reconstitución de una identidad,
horizonte alucinado que divide a los hombres en esperanzados y
desesperanzados. La cuestión es despegar la sensación
de consistencia subjetiva del modelo de la identidad, desplazarse
del principio identitario-figurativo en la construcción
de un "en casa".
Si vivir sin una casa concreta es difícil, no hay vida
humana posible sin un modo de ser en el cual uno pueda sentirse
"en casa". No nos hemos vuelto todos homeless: no es
verdad que la casa subjetiva haya desaparecido; sólo está
sufriendo un cambio radical en el principio de su construcción,
hecho que no deja de ser perturbador. Construir un "en casa"
depende ahora de algunas operaciones que, aunque bastante inactivas
en la subjetividad del occidente moderno, le son familiares al
modo antropofágico en su actualización más
activa: sintonizar las transfiguraciones en el cuerpo, efectos
de nuevas conexiones de flujos; montar la ola de los acontecimientos
que tales transfiguraciones desencadenan; desarrollar una práctica
experimental de configuraciones concretas de existencia que encarnen
estas mutaciones sensibles; inventar nuevas posibilidades de vida.
Tales operaciones dependen, a su vez, del ejercicio de potencias
del cuerpo igualmente inactivas en la subjetividad contemporánea:
expandirse más allá de la representación,
conquistar una intimidad con el cuerpo como superficie vibrátil
que detecta las olas incluso antes de que rompan, aprender a montarlas,
forjar zonas de familiaridad en el propio movimiento; o sea, "navegar
es preciso", si no muy probablemente el destino será
el naufragio. Un "en casa" hecho de totalidades parciales,
singulares, provisorias, fluctuantes, en devenir, que cada uno
(individuo o grupo) construye a partir de los flujos que tocan
el cuerpo y son filtrados en forma selectiva por el deseo.
Sin embargo, a pesar de que la experiencia subjetiva haya cambiado
a este punto, la tendencia predominante es a mantenerse bajo el
régimen que hasta hace poco estaba en vigor: un "en
casa" identitario. Esto es evidente en los atrincheramientos
en los que se ubican grupos étnicos, raciales, religiosos,
sexuales o, incluso, naciones enteras que insisten en existir
como identidades recortadas del océano de flujos mutables
del que está hecha hoy la consistencia subjetiva de todos
los habitantes de la Tierra.
¿Por qué no se consigue dejar de lloriquear de saudade
de la casa enraizada a pesar de este cambio evidente e irreversible?
Ciertamente, por fuerza de la costumbre inscripta en nuestro deseo;
pero también y, tal vez principalmente, por fuerza del
modo hegemónico de subjetivación en el neoliberalismo
mundial integrado que necesita del régimen identitario
para funcionar y que moviliza esta costumbre en nuestro deseo
como dispositivo esencial para su realización.
Si el mercado, por un lado, construye y destruye territorios de
existencia como condición de su funcionamiento, ya que
necesita estar siempre creando nuevas órbitas de producción
y consumo, por otro, para entrar en cualquiera de estas órbitas,
es necesario que esa subjetividad desterritorializada encarne
identidades prêt-à-porter, producidas como perfil
subjetivo de las performances requeridas por cada órbita.
Tales identidades se definen no sólo por ciertas competencias
sino también por una cierta apariencia, un "estilo"
de cuerpo, ropa y comportamiento dictado por las tendencias del
mercado del momento. Se mantiene, por lo tanto, el principio identitario
con la única diferencia de que las figuras a partir de
las cuales la subjetividad se formatea dejan de ser fijas y locales
para ser flexibles y globalizadas. De esta manera, para entrar
en el juego es indispensable ser portador de un cierto capital
subjetivo: ser un "atleta de la flexibilidad", el must
de la temporada empresarial que se apoderó del planeta.
Pero, atención, es una flexibilidad al servicio de la "calidad
total" de la producción que requiere una subjetividad
invertida de cuerpo y alma en el mercado. En esta estrategia del
deseo, desempeñarse bien en el surf de los cambios implica
ser capaz de consumir lo nuevo y no de crearlo a partir de lo
que indica la vibratibilidad del cuerpo. Es una subjetividad desligada
del cuerpo sensible, anestesiada a sus extrañamientos,
sin ninguna libertad de creación de sentido, totalmente
destituida de singularidad.
La "alta antropofagia" nos pone en una posición
privilegiada para romper el círculo infernal de esclava
sumisión a este modo hegemónico de subjetivación,
para resistir a la consigna de volverse atleta de la flexibilidad
al servicio de los intereses exclusivos del mercado. Sucede que
ella nos permite soportar mejor la falta de sentido que se produce
cuando, en nuestro cuerpo, las mixturas de mundo nos imponen cambios
de lenguaje; nos permite improvisar más fácilmente
lenguajes singulares para expresar tales cambios; y, sobre todo,
nos permite usar en esta creación lo que tengamos a mano,
siempre y cuando favorezca la expansión de la vida individual
y colectiva. Esto nos vuelve más aptos para alcanzar una
consistencia subjetiva desplazada del principio identitario y
esto nos permite rechazar más fácilmente la figura
del atleta de la flexibilidad sin miedo de quedarnos enteramente
fuera de órbita. Tal vez este know how singular de resistencia
explique la especial atención que la cultura brasileña
viene despertando en el planeta. Tal es el caso de las importantes
retrospectivas de las obras de Hélio Oiticica y Lygia Clark
que circularon por grandes museos europeos o la presencia indispensable
de la obra de estos artistas en las muestras más significativas
del arte contemporáneo en la escena internacional. Y, también,
tal es el caso del reconocimiento de un trabajo como el de Tunga,
artista que está vivo y es relativamente joven, para citar
sólo algunos ejemplos del campo de las artes plásticas.
Sin embargo, si la alta antropofagia proporciona un know how de
resistencia subjetiva a todo aquello que tiene un efecto nefasto
para la vida individual y colectiva en lo contemporáneo,
la baja antropofagia, al contrario, proporciona un know how que
ubica a los brasileños entre los mejores atletas de la
flexibilidad del mundo. Ocurre que cuando no está en funcionamiento
una evaluación de lo que es bueno para el cuerpo y, por
lo tanto, para la vida, la facilidad que tiene el brasileño
para desvincularse de modelos vigentes de comportamiento y dejarse
contaminar por todo aquello que se le presenta, lo vuelve más
vulnerable a tragar cualquier cosa, sin miedo de desterritorializarse
y, por lo tanto, sin conflicto. Es ciertamente esto lo que lo
hace sentir tan a gusto en la escena neoliberal contemporánea,
más de lo que ocurre en otros países con un nivel
semejante de desarrollo económico. Igualmente, es tal vez
esto lo que explica el éxito internacional de las telenovelas
de la Globo, exportadas para más de cien países.
Laboratorio high tech de identidades prêt-à-porter
que devora en su lenguaje las más actualizadas tecnologías
de televisión para improvisar diariamente una cartografía
de los movimientos políticos, económicos, sociales,
comportamentales que convulsionan la vida del país, con
un tinte romántico que apacigua el extrañamiento
provocado por estas turbulencias y neutraliza, así, su
poder disruptivo y transformador.
Combatir la baja antropofagia y afirmar el modo antropofágico
de subjetivación en su vector ético es una responsabilidad
que los brasileños tienen no sólo a escala nacional
sino también y, sobre todo, a escala global, ya que librarse
del principio identitario-figurativo es una urgencia que se hace
sentir en todo el planeta. Los brasileños son portadores
de la fórmula de una vacuna que permite resistir a este
vicio: la "vacuna antropofágica", como la designa
uno de los Manifiestos11, prescripta para "el espíritu
que se rehúsa a concebir el espíritu sin el cuerpo".
Oswald de Andrade llegó a defender la tesis de que la Antropofagia
constituiría una "terapeútica social para el
mundo contemporáneo".12
De hecho, la vacuna antropofágica parece haberse vuelto
indispensable para una ecología del alma (¿o del
deseo?) en este inicio de milenio.
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