Contraluz
Ella
insistía en que añil era el color de la fortuna.
Yo cauto, la veía parda. Su potente voz no fue suficiente
para convencerme, ni sus racionales argumentos matizaron
el tono. De pronto, ella me condujo con sutileza hacia la
luz y entonces mis ojos, acostumbrados a las sombras, vieron
por una milésima de segundo la claridad directa que
los tornó ciegos.
Anhelo
Con
dulce voz, la hada dijo: pide un deseo, sopla las
velas y cierra los ojos para cumplirlo. Cerró
los ojos, sopló las velas, pidió el deseo
y no había hada, después de abrirlos.
Prisionero
del miedo
Los
férreos barrotes de las ventanas dejaban entrar la
luz, sin permitirle una digna salida luego. Las cuatro paredes
de color aguado contenían el pánico de los
veinte cautivos. Parado frente a sus compañeros de
encierro, el temeroso Julián intentaba contener el
goteo persistente que ya evidenciaba un charco ambarino
en las baldosas. Muy tarde escuchó la voz que le
absolvía de culpa, le ordenaba borrar el tablero
y le enviaba de nuevo a su pupitre para continuar la clase.
Inapetencia
Indiferente
ante el teclado de su máquina de escribir, toma su
lápiz, pero tampoco logra manchar la inocencia del
papel. Desganado, enciende el computador y el cursor titilante
le invita a pulsar alguna tecla, pero lo apaga, apático.
Impasible, abre su cuaderno de notas buscando pasión
pero no la encuentra. Vencido, va a la nevera y no toma
nada, agotado se acuesta al lado de su amada, pero allí
tampoco despiertan sus ganas. Bosteza entonces, sin preguntarse
cuál apetito perdió primero.
Arqueólogo
Cavó
toda la noche para encontrar que el otro lado solo ocultaba
el día
Escuelita
Pinocho
resolvió la compleja ecuación con integral,
usando el truco del logaritmo de e. Detrás de su
pupitre la acusadora Cenicienta, enredada entre tangentes,
decidió envidiosa pedir un deseo a su hada: mal de
gorgojo para el niño de madera.
Tela
de juicio
Los
sastres de palacio no lo engañaron con lo del traje
nuevo, tenía claro que el vestido no lo verían
los estúpidos e ineptos; tampoco el resto de la corte.
Todo resultó ser un ardid del exhibicionista emperador.
Ropa
sucia
La
abuela cogió el cesto de la ropa sucia y lo cargó
hasta el lavadero, una vez allí, sacó el jabón
azul rey y empezó a lavar la ropa interior de su
adorada nieta. Las diminutas tangas llenas de pavesa de
chimenea no la llevaron a sospechar siquiera, de aquella
relación tormentosa de Caperuza con la Cenicienta,
surgida por la sombría influencia desplegada desde
Hollywood.
Mapache
Gira
el mapache sobre su cuerpo, para escurrirse del clandestino
cazador que lo acecha tras la mirilla del a-que-te-cojo-ratón;
su cola traza la respuesta entre los protectores arbustos.
Oculto, trepa al árbol buscando contemplar al derrotado
desde arriba. A salvo, su temor se evapora como gas sin
pasar por estado líquido. Furtivo, asoma su nariz
para cerciorarse que el trampero aceptó de nuevo
su fracaso; al no verlo aguza las orejas solamente para
que lo aturda la detonación. Entre plumas ve caer
al ángel. El cielo
había dejado de estar
arriba.
Gargantua
Me
engullen de un solo bocado en la garganta del delirio y
pasan mis espinas hacia el desfiladero del olvido sin dar
excesivas punzadas en los pescuezos.
Sión
Beduino
de tu sed, amplío nuestro desierto con la quijada
de mis mentiras.
Aymer
Waldir Zuluaga Miranda
Envigado, Colombia